De
los varios modos que encontramos al definir el trabajo antropológico, dos
cuentan con mayor consenso en la bibliografía actual. Uno tiene que ver con su
objeto, en el cual la Antropología es definida como el estudio de la otredad
cultural, de la alteridad cultural o de la diversidad cultural. El segundo se
refiere a su “técnica” o “método” y sostiene que la particularidad de la
Antropología residiría en su forma de trabajar, en el modo en que se
recolectan, analizan y exhiben sus datos: la observación participante.
A
nuestro entender, ninguno de los dos elementos por separado pueden definir la
ciencia. Aún más: sostenemos que no se puede explicar qué hace hoy la
Antropología sin referirnos a la historia de su constitución como parte del
campo científico, porque la ciencia es acumulativa y los componentes que
encontramos hoy provienen de las teorías elaboradas en distintos momentos
históricos. Esa acumulación no implica una sumatoria o una idea de mayor a
menor, sino que tiene que pensarse como una acumulación “conflictiva” de sus
diferentes partes.
En
consecuencia, para entender qué hace un antropó- logo es necesario tener en
cuenta, en primer lugar, el contexto histórico y social en el cual se
desarrolló la Antropología, su relación con el campo científico en general (la
ubicación de esa ciencia en relación con las otras) y las relaciones entre las
partes que la constituyen: objeto, teoría, método y técnicas.
En
segundo lugar, ni el objeto de la Antropología ni su técnica han sido los
mismos a lo largo del tiempo ni aún en un mismo espacio. No obstante, pueden
distinguirse tres momentos constitutivos de la Antropología en Europa y Estados
Unidos. Momentos en los cuales se desarrollaron teorías que fueron dominantes y
que definieron y explicaron de manera distinta el quehacer antropológico.
Distinguimos tres momentos.
El primero de ellos surge a fines del siglo XIX (1) en donde la Antropología se constituyó como ciencia y la teoría que logró dominar el discurso antropológico fue el evolucionismo. El segundo momento fue el que se desarrolló entre las dos guerras mundiales (2) y se caracterizó por la aparición de una “diversidad” de teorías que tuvieron en común el intento de explicar la diversidad cultural. Y el tercer momento, que comienza luego de la Segunda Guerra Mundial (3), en el cual las teorías anteriores todavía siguen siendo dominantes pero aparecen las “otras” Antropologías, las “no occidentales” que plantean teorías alternativas sobre la otredad cultural. En la segunda parte de esta introducción analizaremos de modo detallado cada uno de estos momentos. Pero antes debemos realizar un comentario más sobre la particularidad de cada uno de ellos respecto al objeto de estudio de la Antropología.
Sostenemos
que, como toda ciencia, la Antropología es una “construcción”. Se acepta
comúnmente que la Antropología se constituyó como ciencia a partir de construir
explicaciones sobre la “otredad cultural”, pero nosotros agregamos que no sólo
construyó sus explicaciones sino que fundamentalmente construyó una imagen, un
modelo de la otredad (del otro cultural). De tal modo que ese “otro cultural”,
que se constituyó como objeto de estudio antropológico, no respondió a un
“hecho empírico” real. Por el contrario fue (y por supuesto lo sigue siendo) un
objeto construido de manera científica por las distintas teorías que dominaron
en cada uno de los momentos históricos. Así, la teoría evolucionista
–considerada como la primera teoría científica– no se limitó a explicar la
otredad cultural sino que “construyó” su objeto (aquel que explicó) a partir de
la “diferencia cultural”, el “otro” como diferente al “nosotros”. Las teorías
posteriores, en cambio, construyeron un objeto caracterizado por la
particularidad y hablaron de “diversidad cultural”. El “otro cultural” fue
pensado como diverso, como distinto. Por último, cuando la idea de la
dominación de una cultura sobre otra se puso en evidencia, el objeto
antropológico se construyó en torno a la noción de desigualdad: el otro
cultural era producto de esa desigualdad.
Fines
del siglo XIX:
A
fines del siglo XIX, la Antropología se formalizó como ciencia. Fue un momento
en el cual el conocimiento del mundo, de la existencia de modos de vida
diferentes, se hizo más patente por los cambios ocurridos en Europa y por la
expansión de Occidente. Por una parte, la revolución industrial –como producto
de cambios tecnológicos importantes– generó nuevas diferencias: de clase,
nacionales, étnicas y “problemas” que con el tiempo fueron denominándose
“sociales”. La cuestión fundamental de las ciencias sociales fue la de explicar
esos cambios que se producían en el mundo europeo. Pero, a la par de estos
cambios, Occidente se expandió sistemáticamente por el mundo, sobre otros
pueblos, sobre otras culturas, sobre otros modos de vida distintos al modo
europeo.
Si
bien el encuentro intercultural no era nuevo y siempre despertó una actitud de
asombro ante lo distinto, en este caso el asombro de Occidente se distinguió de
los anteriores porque no fue un encuentro ingenuo, y por sobre todo, porque ese
asombro fue domesticado bajo las reglas del mundo científico: la diferencia se
constituyó en objeto de explicación científica. El nuevo encuentro de los
europeos con otras culturas distintas dio origen a lo que sería la pregunta
fundante de la Antropología: ¿por qué estos hombres son distintos? La primera
teoría científica sobre la diferencia fue el evolucionismo que contestó esta
pregunta a través del concepto de evolución.
Esta
teoría se desarrolló en una época en la que la Antropología se estaba constituyendo
como ciencia al mismo tiempo que el campo científico se estaba conformando,
buscando su propio espacio, en función de obtener un tipo de autoridad distinta
a la de la religión y la filosofía, y esa autoridad provenía de la objetividad
de la ciencia y, especialmente, del método científico: un conjunto de reglas
para probar las afirmaciones. En este caso el método de la Antropología fue el
comparativo, método de moda en las ciencias naturales.
La
teoría de la evolución se constituyó como tal en función de la aplicación del
método comparativo y sobre la base de una concepción precisa de su objeto: el
hombre. Este objeto era concebido con una particularidad: su dualidad; el
hombre era tanto cuerpo como espíritu. Como cuerpo pertenecía al mundo de la
naturaleza, en tanto “espíritu” pertenecía a otro mundo, al de la cultura.
Siguiendo esta dualidad, la Antropología se constituyó en dos ramas: la
Antropología física y la antropología cultural. Pero, no obstante, las
diferencias entre los hombres fueron pensadas por estos evolucionistas,
básicamente, como “diferencias” culturales.
Para
estudiar al hombre en las distintas manifestaciones en las que se presentaba,
se estableció una división del trabajo científico dentro de las ciencias
humanas y sociales. Por un lado, la historia y la sociología tomaron como
objeto (objetivo) de estudio las sociedades complejas, civilizadas,
desarrolladas. Por el otro, las sociedades primitivas, no complejas, no
desarrolladas, sin historia y sin Estado pasaron a constituirse como el objeto
propio de la Antropología. Esta división, producto de un proceso histórico, se
realizó en función de las distinciones de las sociedades o las culturas en
tiempo y espacio, teniendo como parámetro la ubicación de Occidente.
La
Antropología indagó en el interrogante ¿por qué llegamos a ser lo que somos?,
es decir, ¿cuál es el origen de estas diferencias culturales? La primera
corriente teórica de esta nueva ciencia construyó sus respuestas comparando a
las sociedades en el devenir espacio-temporal y elaboró, de esta forma, una
historia natural de la humanidad.
Entre
las dos guerras mundiales: Un segundo momento, ubicado cronológicamente entre
las dos guerras mundiales, se caracterizó por “un cierre de las fronteras
nacionales” y por la consolidación de la presencia europea en sus colonias. En
la Antropología europea y norteamericana se producen dos hechos importantes: la
crisis del evolucionismo como paradigma único y la separación de la ciencia en
escuelas nacionales; aparecen así el estructuralismo y funcionalismo inglés, el
particularismo histórico en Estados Unidos, la escuela histó- rico-cultural en
Alemania y la escuela sociológica francesa. Cada una elaboró teorías
alternativas, muchas veces sin contacto entre ellas, pero todas tuvieron en
común la crí- tica al evolucionismo. Criticaron, en primer lugar, las técnicas
que utilizaron los evolucionistas, postulando que los datos con que la
Antropología se debía manejar debían ser obtenidos de primera mano, es decir
que es el antropó- logo, particularmente el etnólogo, el que tiene que buscar
en las otras culturas los datos con los cuales se construyen las teorías. De
este modo, se introduce, se inventa, la observación participante como técnica
privilegiada de la Antropología, lo que implica el traslado del investigador a
otras sociedades. La idea era que estudiando en su totalidad a una cultura de
modo muy extenso, muy específico, se podría dar cuenta de las diferencias y
semejanzas culturales. Por ejemplo, en la escuela británica el enfoque que
dominó en esta época fue el de considerar que una cultura estaba conformada por
partes y que cada parte tenía que ser vista en función del conjunto
(sistema/estructura) y que cada cultura conforma una totalidad (holismo).
La
segunda crítica fue respecto al método comparativo, principalmente porque fue
aplicado teniendo como referente de la comparación los valores de la sociedad
occidental. Es decir, los evolucionistas fueron acusados de etnocéntricos. Pero
la crítica al método también fue resultado de aplicar la técnica de la
observación participante ya que al observar una cultura como totalidad, como un
conjunto de partes indisolublemente unidas, en la cual cada parte tiene
relación con el todo, se tornaba imposible la operación evolucionista de
abstraer una parte para compararla con otra de otra cultura. Y segundo, porque
en la medida en que se estudiaban de modo muy detallado las distintas culturas,
menos elementos en común se encontraban.
Así,
el método comparativo fue puesto entre paréntesis y se lo sustituyó por el
relativismo cuyo postulado extremo implicaba la imposibilidad de comparar, ya
que cada cultura es una configuración distinta y entendible sólo en sus propios
términos. Es decir que estas escuelas nacionales tuvieron en común el haber
elaborado teorías “relativistas”. Las teorías relativistas intentan mostrar que
todas las culturas son diferentes entre sí pero equivalentes, por lo tanto, son
diversas. El enfoque holista y relativista llevó a la Antropología a trabajar
sobre las diferencias para terminar dando cuenta de la diversidad cultural.
No
obstante, existen diferencias entre las principales escuelas de esa época. Así,
por ejemplo, mientras que el estructural-funcionalismo británico plantea
conocer una cultura a partir de su presente (sincronía), el particularismo
histórico norteamericano recurrió al pasado para conocer una cultura. Se
diferenciaban también por los lugares donde sus antropólogos hacían trabajo de
campo. Mientras que los antropólogos ingleses trabajaron en sus colonias de África
y Oceanía, los antropólogos norteamericanos trabajaron sobre “sus indígenas”
pero, como éstos se transformaban rápidamente, el trabajo de los antropólogos
consistió en reconstruir por medio de historias orales (o material
arqueológico) el pasado “no occidentalizado” de esos pueblos. De alguna manera,
lo que ambas escuelas van a tener en común es la tendencia a especializarse en
“pueblos primitivos”. Va apareciendo ya en ese momento una separación
fundamental para la teoría, entre Antropología Social y Antropología Cultural.
La primera se interesará por la forma en que se organizan los hombres, mientras
que la segunda lo hará en la manera en cómo viven y piensan sus vidas y el
mundo.
Así,
cada escuela va a plantear su relación con distintas ciencias. La Antropología
Cultural norteamericana va a tener relaciones estrechas con la Psicología y con
la Historia, mientras que la Antropología Social británica va a estar
inmediatamente relacionada con la Sociología.
Después
de la Segunda Guerra: A partir de la década del ‘50 se producen simultáneamente
dos tipos de transformaciones. Por una parte, se produce la transformación de
las sociedades primitivas. Por otra, y de modo paralelo, se modifican también
las prácticas de los antropólogos. Respecto de las sociedades “primitivas”, las
transformaciones que se produjeron fueron de distintos tipo:
•
La desaparición física, una disminución cuantitativa y acelerada de sus
miembros, vía la guerra, las enfermedades, el genocidio.
•
una transformación cualitativa, principalmente hacia formas occidentales de
vida (occidentalización) y la consecuente desaparición cultural producto de la
presión de Occidente. A este proceso –que hace referencia a la acción y a las
consecuencias que provoca toda política de cambio o transformación forzada, de
asimilación y cambio de mentalidades o valores nativos– se lo denominó
etnocidio o genocidio cultural.
Estos
cambios “forzados” fueron considerados como producto de un proceso de acción
proveniente del mundo Occidental: la colonización, que si bien estaba ya
entrando a su etapa final, era ahora reconocida como tal por la Antropología
dominante.
Así
algunas sociedades desaparecieron completamente en cuanto entidades
independientes mediante su absorción en unidades mayores (colonización), otras
desaparecieron totalmente físicamente y otras se fueron transformando en nuevas
naciones (“guerras de liberación”). Los cambios básicamente políticos– que
sufrieron estos pueblos fueron los que los llevaron a transformarse de “pueblos
primitivos” en sociedades complejas. Y aquí es necesario aclarar una cuestión:
estas transformaciones no eran nuevas dado que desde que Occidente se conectó
con el resto del mundo comenzaron esos procesos de transformación. Lo que en
realidad cambió es la mirada sobre el “otro” que tenía Occidente y
–específicamente– la mirada que la Antropología tenía sobre las otras culturas.
Es
decir que la práctica de la Antropología dominante también se transformó,
adaptándose a las nuevas realidades. Dos líneas son notorias. En una se ubican
las teorías que, dejando de lado las transformaciones que sufrieron estos
pueblos, continuaron estudiando aquellas sociedades o culturas que aún podían
ser consideradas “primitivas” antes que desaparecieran completamente,
realizando una especie de Antropología de salvataje. En esta línea, puede
inscribirse el estructuralismo francés, que continúa trabajando con el modelo
de la diversidad pero introduciendo algunos cambios a la posición
estructural-funcionalista británica.
En
ese sentido, C. Lévi-Strauss –el fundador del estructuralismo en Antropología–
va a sostener que es necesario partir de las “partículas y fragmentos de restos
que aún se pueden reunir” de los modos de vida de esos pueblos primitivos.
Habla de “partir” porque para él, el conocimiento antropológico no se agota en
este punto (el acercamiento directo y personal del antropólogo), sino que es
necesario construir un modelo teórico de sociedad que, aun cuando no
corresponda a ninguna de las que se pueden observar en la realidad, ayude a comprender
los fundamentos básicos de la existencia humana. Esta vía podía hacerse
efectiva ya que las operaciones de la mente eran independientes del contexto
cultural e histórico, porque a pesar de la “superficial extrañeza de los
hombres primitivos”, el espíritu del hombre es, en el fondo, el mismo en todas
partes. Esto permite “desarrollar una ciencia general del pensamiento, una
ciencia conclusa, abstracta, formalista, una gramática universal del
intelecto”. Pensado en esta ciencia, Lévi-Strauss plantea tres niveles del
quehacer antropológico:
·
un primer nivel
en el cual el antropólogo pretende “aislar y describir los modelos que un
pueblo usa para percibir, relacionar e interpretar sus experiencias”. Es el
momento en que el antropólogo realiza la etnografía;
·
un segundo
nivel donde el antropólogo compara el contenido y la organización de los
sistemas culturales para analizar, interpretar y explicar la diversidad. Es el
momento de la etnología, del estudio comparado de las distintas culturas;
·
un tercer nivel,
el de la Antropología estructural, en el cual el antropólogo llega, a través de
la construcción de modelos formales a los axiomas básicos, a las estructuras
constantes y comunes a todas las culturas.
No
obstante este reconocimiento de la práctica cientí- fica como tres momentos
interrelacionados, Lévi-Strauss se centró, casi exclusivamente, en el tercer
momento.
Otros
antropólogos, en cambio, tomaron otra vía y se propusieron estudiar las
transformaciones que las sociedades no occidentales estaban sufriendo. Uno de
los problemas que tuvieron que afrontar estos antropólogos fue el hecho de que
las herramientas (teorías y técnicas) de la Antropología clásica no eran las
adecuadas para explicar estas nuevas culturas. Por ejemplo, respecto a la
técnica, la observación participante era una herramienta creada y pensada para
estudiar culturas “sencillas” o “primitivas” pero ahora esas culturas se habían
transformado en “complejas” y no podía aplicársele esa técnica de modo directo.
Lo mismo sucedió con las teorías que habían explicado la diversidad cultural a
partir del supuesto de que ésta era un hecho natural y que, por lo tanto, todas
las sociedades debían ser tratadas como “iguales”. Así, los antropólogos que se
preguntaron por las causas de las transformaciones se encontraron con que el
“hecho natural” era producto de un tipo de contacto particular: el de la
colonización. Ésta era considerada como un proceso caracterizado por la
dominación de un pueblo sobre otro, lo que produjo un fenómeno evidente: la desigualdad
entre culturas. De tal forma que las teorías sobre las transformaciones de las
culturas “primitivas” se centraron en explicar la desigualdad cultural como
producto de la dominación de Occidente.
De
este modo, la Antropología tuvo un giro teórico y metodológico importante, se
proveyó de las técnicas de otras disciplinas (principalmente de la Sociología y
la Historia) y de otras teorías sociales. No obstante, la teoría que permitía
dar una primera explicación sobre la desigualdad y la dominación era el
marxismo. La influencia de esta línea de pensamiento en las explicaciones
antropológicas se acentuó aún más dado que durante la década del ‘60 hubo una
especie de “explosión” de discusiones entre las distintas vertientes del
marxismo, discusiones que fueron ampliamente difundidas y que influenciaron de
manera directa en algunas de las Antropologías dominantes.
Como
ejemplo del impacto que esas discusiones generaron, algunos antropólogos
hicieron una revisión de los estudios realizados por los clásicos sobre las
“sociedades primitivas”, intentando describirlas y explicarlas a partir de las
relaciones de desigualdad que, según ellos, existían dentro de esas sociedades.
Los antropólogos que se adscribieron a esta corriente, tuvieron largas
discusiones para adaptar una teoría que intentaba explicar la desigualdad en la
sociedad occidental a otras sociedades, ampliando o modificando categorías y
conceptos. Las etnografías que habían escrito los antropólogos de otras
corrientes fueron revisadas teniendo en cuenta que, más allá del modo en que se
presentara, la dominación y la desigualdad eran un atributo posible en toda
sociedad, en todo tiempo y espacio.
Todo
este movimiento y la enorme cantidad de información obtenida hasta el momento,
llevó a que la mirada antropológica se fragmentara y que el antropólogo se
especializara, ya no en las “sociedades primitivas”, sino en problemas que toda
sociedad o cultura presentaban. Así van a surgir las especialidades:
antropología económica, simbólica, política, urbana, rural, etc. Es decir, un
proceso opuesto al de las escuelas nacionales (período de entre guerras) donde
las sociedades o las culturas se tenían que tomar como un todo estrechamente
relacionado y donde no se podían separar las partes. Pero ahora, la especialización
permitía nuevamente la aplicación del método comparativo. Así, por ejemplo, la
Antropología política se dedicaba a establecer semejanzas y diferencias
respecto a las formas de dominación entre distintas culturas o a comparar
distintos sistemas políticos.
Pero
en esta etapa no sólo cambiaron el objeto y las teorías; también se sumaron
nuevos “sujetos” de conocimiento: los antropólogos “nativos” que estudiaban sus
propias sociedades. Esto, sin duda, introdujo nuevas preguntas para la ciencia:
¿Cómo es posible utilizar y cómo hay
que transformar un instrumento cognitivo creado originalmente para un propósito
determinado (el conocimiento de los otros desde el punto de vista del norte)
para otro distinto? ¿Cuál es ese otro propósito? ¿Acaso la Antropología generada
en los países del sur se encuentra limitada a ser una especie de sociología
nativa? (Krotz, 1993: 3).
Esto
trajo problemas teóricos y epistemológicos: ¿quién es ahora el otro? ¿Dónde
vemos lo distinto? Y una respuesta posible fue establecer que era el
antropólogo el que de manera consciente y metódica marcaba la distinción. Ya no
era el “objeto” el distinto por sus características propias, sino que el
antropólogo construía la distinción, lo extraño. Es éste el que distingue,
desconoce, se “extraña”. Esto modificó la base de observación participante e
introdujo el “extrañamiento” como un recurso metodológico y como punto de
partida necesario de toda investigación antropológica.
Creemos
que lo expuesto anteriormente sintetiza una historia de cien años, pero las
teorías construidas en este período no fueron totalmente superadas ni se
quedaron ancladas en el tiempo, sino que tuvieron lo que P. Bourdieu denomina
un “efecto de teoría” (otros dirían, efecto de ideología).Esto significa que
cada teoría o explicación formulada, “bajó”, se articuló con, se impuso como
parte del sentido común, pasó a formar parte de lo “imaginario” colectivo en
algunos sectores de nuestra sociedad, se impuso como “modelo” presente en la
explicación desde el sentido común. Algunas de esas teorías o algunos aspectos
de las mismas se constituyeron en modelos sobre la alteridad, lo distinto. Esos
modelos tienen la fuerza de las “clasificaciones”, no son ideas o
representaciones que están sólo en nuestras cabezas o en la cabeza de la gente,
sino que sirvieron como “vehí- culos” para la interacción, para las prácticas
que desarrollamos, para la comunicación, para marcar anticipadamente una
relación entre “nosotros y los otros”. A decir de E. Leach, antropólogos y no
antropólogos nos encontramos realizando la misma operación clasificatoria:
“Yo” me identifico a mí mismo con un
colectivo “nosotros” que entonces se contrasta con algún “otro”. Lo que
nosotros somos, o lo que el “otro” es, dependerá del contexto (...) En
cualquier caso “nosotros” atribuimos cualidades a los “otros”, de acuerdo con
su relación para con nosotros mismos. Si el “otro” aparece como algo muy
remoto, se le considera benigno y se lo dota con los atributos del “Paraíso”.
En el extremo opuesto, el “otro” puede ser algo tan a mano y tan relacionado
conmigo mismo, como mi señor, o mi igual, o mi subordinado (...) Pero a mitad
de camino entre el “otro” celestialmente remoto y el “otro” próximo y
predecible, hay una tercera categoría que despierta un tipo de emoción
totalmente distinta. Se trata del “otro” que estando próximo es incierto. Todo
aquello que está en mi entorno inmediato y fuera de mi control se convierte
inmediatamente en un germen de temor (1967: 50-51).
Pero
hay una cuarta categoría posible en esta clasificación: el otro lejano e
incierto. Y es sobre ella que se construyó la Antropología. El antropólogo se
constituyó en “especialista” del otro lejano e incierto. Su tarea consistió en
borrar la incertidumbre, en transformar eso exótico, en cierto conocido.
En
el resto del libro daremos cuenta del modo en que están construidos estos tres
modelos en las teorías antropológicas –diferencia, diversidad, desigualdad– y
de qué modo son aún utilizados.
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